Las dietas de los niños de la posguerra y los móviles

Viendo como en estos tiempos los niños que nacimos en los años cuarenta del pasado siglo la gran plaga de móviles que esta inundando a esta sociedad, incluida la población infantil, me hace recordar como en nuestra niñez nos comunicábamos inventándonos infinidad de juegos que tenían la finalidad de compartirlos y estrechar nuestros afectos. (Postal antigua con unos niños jugando a las carreras de sacos)

Con la gran adicción que están creando los móviles y las tablet, a los niños apenas juegan con sus amiguitos e incluso con sus familiares, de hecho cuando están comiendo sus padres tienen “ordenarles” a sus hijos que dejen el móvil, porque parecen que viven en otros mundos, lógicamente alejados de las convivencias familiares.

Sin embargo, en la gran mayoría de los casos son muchos de estos padres, los que cuando están hablando con alguien a la segunda palabra sacan sus móviles y comienzan a mostrar donde fueron, comieron e incluso a mostrar imágenes muy intimas con toda clase de detalles.

Tan fastuosas demostraciones gráficas, especialmente las que se refieren a las grandes comilonas, estas son las visionadas, nos hacen recordar, sin ningún resentimiento, como los niños de la postguerra, solo podíamos enseñar a los otros niños las cintas de cine en lo que aparecían entre otro muchos actores, Errol Flynn o el Gordo y el Menuito o Sabú.

Nos era imposible enseñar lo que comíamos, porque los móviles que teníamos eran unas viejas latas mohosas en la que introducíamos unas guitas así nos comunicábamos, lógicamente a voces por la carencia de ecos de nuestros estrafalarios artilugios.

Por otra parte a los lugares donde solíamos ir a ¿comer? no nos dejaban usar otros medios de comunicación, porque los “maîtres” (los guardas del Cuco y la Guardia de Campo, donde no introducíamos furtivamente, a coger las deliciosas y dulce murtas (Ugni molinae) de los muchos árboles que existían en tan hermoso recreo) eran tan celosos de sus vigilancias, que creían que teníamos tanta hambre que nos íbamos a comer los muchos árboles de murta de la finca.

Cuando los guardan nos ahuyentaban con sus escopetas de sal, nos obligaban a recurrir al “restaurante” del cercano parque González Hontoria, donde las plantas de los llamados “niños llorones” suplían el menú habitual del Cuco, que para nosotros eran también un manjar exquisito.

En realidad donde los niños preferíamos alimentarnos era en el cuartel de Intendencia del Ejército que estaba situado en la calle Zaragoza. Sabíamos que periódicamente llegaban a este depósito, camiones cargados de sacos de algarrarobas que eran destinados para alimentar los caballos de la Yeguada Militar que estaba en el paseo de Capuchinos (Avda. Álvaro Domecq) y los de Sementales en el parque González Hontoría.

Los niños más atrevidos esperaban que los soldados fuesen descargando los sacos y en el momento que algunos se demoraban (adrede), rajaban algún saco y cuando era cargado, las algarrobas se desparramaban por el suelo, y allí estábamos los comensales dispuestos a que nuestros alimentos no se enfriasen.

Jamás nos enteramos que ningunos de aquellos niños tuviesen problemas de obesidad o que sufriesen gastroenteritis.

Quizás por eso cuando enseñan a través de los móviles tan habituales comilonas, recuerdo las nuestras, y me suele dar la impresión que no teníamos que enseñar en nuestros “móviles” lo bien que hacíamos nuestras digestiones.

Claro que en aquellos tiempos en vez de móviles teníamos bicarbonato.

José Castaño Rubiales


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Publicado por obisporafaelbellido

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